Pareciera invernar, ¿Qué pasaría con el ser humano si tuviere la capacidad del oso polar para invernar el cincuenta por ciento de su existencia? Sin duda, tendría un buen tiempo para evadir el fatídico y tirano caminar, que le hace uno común entre muchos y no un diferente entre tantos. Los procesos de masificación están insertos en el lenguaje del hacer en medio de una sociedad postmoderna, mercantilista, al servicio del libre fluir de información no constructiva, ligada obviamente a la producción como el plus del éxito, en torno a un calculador sendero en el a priori si hago esto seré feliz.
Como humanizar los contextos? Presumiblemente el trabajo no hace al hombre ser humano, ni siquiera le imprime el componente que garantice en las afanosas y monótonas jornadas, nada más allá de la utilidad monetaria y la satisfacción (no en todos) por el deber cumplido. El hacer, vaya ¿acaso te has preguntado por qué tu vida está dispuesta a hacer cosas? Cuando hacemos obviamos las preguntas, por cuanto toda actividad imprime un método, una forma de hacer más eficiente el trabajo, pero no da lugar al cuestionamiento, para muchos dicha situación presupone el sendero lineal de un eterno presente que se desvanece presurosamente, sin ni siquiera componer de su vida un verso existencial en el menor grado de simplicidad.
El malestar de la cultura no es otra cosa que la ruptura del proceso comunicacional inherente a la duda cartesiana, dudar de todo al menos como proceso implica ser receptores críticos de aquellos contenidos que se hacen fenomenológicamente presentes a una conciencia que aprende, sin embargo, en escuelas de cualquier tipo la pregunta se ha focalizado en el universal ¿entendieron? ni siquiera, ¿entiendes? qué futuro podremos ofertar sin en el aula, donde suponemos gestamos el SER de los hombres del presente, el discurso no es dual ‘dirigido’, al contrario, en ellas se evidencia a un sujeto que “sabe” conducente simbólicamente a la dirección de un todo sin forma, el cual muchas veces más corresponde a la etiqueta (ese grupo si es indisciplinado, es el más altanero, o es juicioso) negando con ello cualquier posibilidad existencial de un contraargumento que dinamice en la complejidad los correlatos de la realidad.
En todo caso, hombres y mujeres de todas las partes preferimos la ocupación, en mi opinión porque ocupar la mente no necesariamente implica el acto del hablar o ponerse en cuestión. Para las mayorías el hacer supone un clima, a mayor silencio mayor productividad, más cuando la mirada se aposenta sobre un objeto difuso en cuya comprensión es funcional buscar la visión enciclopédica cuya posesión conceptual favorece dos procesos: 1) signar al sujeto poseedor de conceptos como letrado, esto es abastecer de narcisismo al sujeto 2) librarlo de la angustia que supone la emergencia creativa de nuevas definiciones de objetos en conjunto con la posibilidad inherente de ser refutado, de ahí, que haya mayor dificultad en crear que en aprender.
De hecho, si definimos enciclopédicamente academia, aquellos que queremos recrear una educación focalizada en el desaprendizaje no tenemos lugar en ella, de manera que todo concepto bien en el plano de la cotidianidad o de la ciencia se caracteriza lógicamente por definir lo que algo es en sí mismo y no otra cosa, siendo intrínsecamente toda definición excluyente, puesto que aceptar dos o más definiciones sobre lo mismo supondría para la comunidad científica una alteración de los principios de claridad y precisión; encontramos entonces la definición de la RAE para academia: “Sociedad científica, literaria o artística cuyo establecimiento tiene autoridad pública” ¿Donde quedamos aquellos para quienes la ciencia no es la panacea? ¿o los no literatos o artistas?. Tanto arte, ciencia como literatura constriñen al sujeto que le sigue de unos parámetros que le permiten epistemológicamente ser coherente con los que dice ser, sin embargo, cierta tendencia academicista ha reducido notablemente en los ambientes de academia a los libre pensadores sin los cuales pocos aportes interesantes habría en el plano de la reflexión.
Usualmente el discurso académico es tan conceptual y ajeno al saber ser que no percata a los involucrados sobre el sentido real de la palabra en el eterno simbolismo del sin sentido que es posible en la medida del lenguaje, eh ahí el meollo de la incomprensión, razón de la cual casi nunca se entiende el trasfondo del argumento ajeno, en cuyo efecto deviene una cuestionable refutación inmediata pues casi siempre bajo el semblante egoísta que nos es esencial, hablamos desde nuestro sentido, siendo imposible desde él, ponernos en el lugar del otro.
Ahora bien, si un paradigma comporta una especial manera de entender el mundo, explicarlo y manipularlo ¿por qué razón debe haber un paradigma dominante? Siendo respetuosos de las diferencias toda forma de encuentro sujeto – objeto – fenómeno debería tener igual validez; por lo tanto la tarea en la academia en el marco de una reforma profunda no es llegar a consensos, ello supondría una dirección y la abolición del punto de vista. El reto para quienes creemos en el sentido amplio de educación será siempre construir desde el disenso, esa es la única garantía del sentido real de academia en la praxis formativa, sentido que solo tendrá lugar cuando desde la diversidad sea posible el encuentro, pues el acuerdo, más si es democrático, supone por antonomasia la clausura del desarrollo libre del pensamiento.
De este modo, confieso que soy de los que cree es posible generar un nuevo modelo de sociedad, con base en lazos universales como cooplanetarios que somos, un tejido que nos encuentre desde las diferencias culturales, sociales y existenciales, donde se le permita a la locura secundar nuestro lugar en el mundo, no desde un paradigma de región que nos disminuye, sino desde el universal planeta que al habitar, éticamente nos pertenece.